

“Colgantes de macramé en algodón, cuerda de henequén, hilo de colores… Hechos por una millennial en cuarentena”.
Así es como Alejandra Rodríguez describe su empresa en Instagram.
Alejandra se ha ganado la vida ayudando a la gente a vivir con plantas de interior después de pasar el encierro en su pequeño apartamento de Mérida, a un paso del Paseo de Montejo. Fue entonces cuando se centró en la propagación de plantas y en vestir sus brotes con elaborados nudos, un oficio que ha vuelto a ponerse de moda. Hace visitas a domicilio, y también lleva su hábil pulgar verde a restaurantes y oficinas donde las plantas en maceta tienden a ser ignoradas, enfermar y morir.

Pero fue su macramé el que la hizo notar en las redes sociales y Hago Colgantes se propagó también.
Alejandra estudió arquitectura en la UADY y se inició profesionalmente realizando dibujos técnicos de excavaciones arqueológicas. Eso duró seis años hasta que su pasión por las plantas y el trabajo con cuerdas y telas echó raíces.
“Lo que realmente me gusta es hacer cosas con las manos”, dice Alejandra.

Para el jardín colgante exterior de un cliente, Alejandra tomó una cuerda gruesa y experimentó con una variedad de nudos y tejidos. Una tradescantia zebrina, una planta araña y un filodendro fueron colocados en recipientes de madera pintados y suspendidos de las ramas de los árboles. Las creaciones de macramé resultantes se integran fácilmente en el patio sombreado.
En su estudio hay más plantas colgantes, muchas de las cuales echan raíces en pequeños recipientes con agua, pero su creatividad también se extiende a otra disciplina. En su espacio también hay una pequeña estación de costura y un perchero con pantalones y blusas sencillas, de su propia creación.
“No es diseño de moda”, dice Alejandra. “Sólo quería hacer ropa que yo quisiera usar, que sea muy sencilla, con telas que sean súper súper cómodas”.

Hace 10 años, cuando quería algo que le resultara cómodo para ir a la escuela, se instaló en el segundo piso sin ascensor, que tiene una gran ventana orientada hacia el bulevar. El apartamento no tiene zona exterior, lo que podría considerarse un inconveniente dada su vocación, pero las plantas parecen felices siendo sus compañeras de piso.
“No necesito demasiado espacio. De hecho, me gustan los espacios pequeños”, dice Alejandra.
Al principio, no consideraba que sus creaciones fueran la base de un negocio: “Eran más bien para regalar a mis amigos”.

Pero cuando la pandemia la obligó a pasar más tiempo en casa, la convivencia con sus plantas la llevó a una conclusión inevitable.
“Era un hobby que se está convirtiendo en algo más regular, y me estoy dando cuenta de que puedo ganarme la vida con ello”, recuerda.